Y te veo, con la mirada perdida,
tus labios contraídos y el dolor resumido en una lágrima. Divagas, caminas sin
sentido por senderos grises que te llevan a la nada. Espirales, remolinos,
figuras circulares. El infinito. El más allá. El allá que nunca es aquí. ¿Cómo
expresarte la forma en que te ves? ¿De qué forma te explico lo que me causa
imaginarte?
Tu rostro sucio, tu cuerpo
lastimado, tus ropas ajadas. Aquel lino alguna vez inmaculado que intenta
esconder tus heridas, pero que se deja caer en el triste destino de terminar
percudido por el malestar hecho sangre.
No pierdas el tiempo. Regresa, no
necesitas irte. Donde quiera que vayas no está tu renacer; y tal vez aquí
tampoco, pero este es terreno conocido y aunque paradójico suene, quizá te
queda cómodo. Tus pies están cansados, tus fuerzas no son las mismas; no
confías en ti, se ve que no sabes quién eres. Pero qué más da. Nada va a
cambiar, el sufrimiento es un componente tan tuyo, que dudo que tengas
escapatoria.
Sí, soy tu conciencia, y hoy te
obligo a que caigas.
Federico
junio, 2013
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